Inseguridad o seguridad ciudadana

Muchos creen que el crecimiento de las ciudades ha llevado también al aumento de la delincuencia. Según en el sitio del planeta en que nos encontremos podemos sentirnos más o menos seguros dependiendo del lugar de la ciudad, la hora, la compañía y la época (mayo, junio, diciembre…)

Hasta hace poco tiempo las ciudades europeas gozaban de enorme tranquilidad respecto de su seguridad interna. Poco a poco se hicieron más grandes, se adicionaron las demandas de empleo, el marketing comenzó a mostrar todo aquello que no era necesario pero trataban de convencer que debíamos consumir; y día a día dejaron de ser remansos de paz social.

Muchos les echan la culpa a los inmigrantes, otros a la pobreza, los menos aseguran que el cuerpo policial está de adorno. Veamos despacio el asunto:

De un lado, puede que haya muchos inmigrantes que delincan, pero la mayoría emigran en busca de mejores ingresos por ello tratan de ser buenos trabajadores. La xenofobia en ese caso juega un papel preponderante.

Por otro lado, si la pobreza fuese la causante de la inseguridad querría decir que millones de personas serían los delincuentes. Culpar a la pobreza o a la falta de empleo del índice delincuencial es obstruir la capacidad de encontrar una respuesta progresiva y positiva al problema de la inseguridad ciudadana, no podemos culpar al primero que pase.

La gente de estratos sociales bajos por lo general busca resolver sus problemas por medios lícitos. No se puede decir lo mismo de ciertas personas de estratos sociales altos que piden préstamos bancarios y pronto olvidan sus deudas y hasta emigran para quitarse el “escozor”. La evasión de impuestos, el peculado, el tráfico de armas, de influencias y otras cosas, los sobreprecios en ciertos contratos no los realizan precisamente los de escasos recursos.

Respecto del papel de las fuerzas del orden, sí hace falta más presencia policial en algunos sectores en donde no eran necesarios hace algún tiempo.

Los latinoamericanos tenemos graves problemas de inseguridad, pero en cada país han comenzado a realizar diferentes estrategias para combatirla. En la actualidad existe un esquema eficaz de vigilancia policial comunitaria, basado en el concepto de seguridad preventiva e interactiva, mediante una estrecha cooperación entre las fuerzas del orden y la población.

La Policía Comunitaria poco a poco ha dando buenos resultados en Bogotá y se presenta como un apropiado modelo a seguir en otras ciudades latinoamericanas asediadas por la delincuencia común y el crimen organizado.

Los colombianos necesitamos que nuestros gobernantes ejecuten políticas públicas idóneas para prevenir y reducir la delincuencia, así como los riesgos de violencia y agresiones a los que nos enfrentamos todos.

El programa de seguridad ciudadana que nuestro presidente elegremente impulsó en su campaña electoral sólo dio resultado en las grandes vías, pero en las carreteras y caminos vecinales sigue una vida diaria de sobresaltos y temor.

En nuestra Carta Magna, De los principios generales, artículo 2, literal 2 dice:

"Las autoridades de la República están instituidas para proteger a todas las personas residentes en Colombia, en su vida, honra, bienes creencias y demás derechos y libertades y para asegurar el cumplimiento de los deberes sociales del Estado y de los particulares".

Bien, recordémosles a nuestras autoridades que no pueden dejar en letra muerta el texto constitucional.

Inseguridad Psicológica


¿Qué es inseguridad?

Depende del tipo de inseguridad del que se hable. Desde el punto de vista psicológico es un miedo al fracaso, un temor absurdo que no le permite a la persona actuar con tranquilidad, con dominio propio.

¿Qué tipos de inseguridad existen?

Muchos, inseguridad personal, ciudadana, social, laboral, jurídica, carcelaria, sanitaria, de pareja (celos)…

La inseguridad psicológica puede hacer sentir vulnerabilidad, desconfianza, timidez, vergüenza. Es la dificultad para escoger entre diferentes opciones para conseguir un objetivo determinado. Así como, la duda constante ante si lo que se ha hecho o dicho, es acertado o no.

Existe inseguridad en la persona cuando la tratan de forma injusta y le resulta difícil exponer tranquilamente sus derechos. Cuando cree que en varias ocasiones ha aceptado situaciones inadmisibles sin enfrentar la situación y siente que no tiene los mismos derechos que los otros.

Quien no pueda defender sus puntos de vista, su propio albedrío, rechazar peticiones, y críticas, expresar agrado, afecto, desacuerdo y otros sentimientos, probablemente le falten suficientes habilidades sociales para expresar anhelos y puntos de vista.

No hay que preocuparse, todos en algún momento de nuestra existencia hemos estado inseguros al actuar frente a una situación específica. Lo importante para que la inseguridad no haga presa de la persona y de pronto aparezca en forma recurrente, es pensar que todos tenemos libertad que nos da la potestad de actuar según nuestro criterio y recordar que todos hemos sido educados de diferentes maneras.

El tratamiento personal sería, por un lado el trabajo de la autoestima y por el otro, alejar los pensamientos negativos, poco ajustados a la realidad que puedan llevar a la persona a una percepción de los hechos nada objetiva y distorsionada. Mejorar la habilidad para solucionar los problemas de relaciones sociales. Entrar en un grupo que le ayude a ver la vida bajo otra perspectiva.

No podemos dejar que la inseguridad interfiera en nuestro desenvolvimiento diario pues nos acercaríamos, con toda “seguridad” al fracaso.

No podemos dejar que esos miedos interfieran en nuestra cotidianidad pues hay que aprender a desenvolvernos con soltura, con alegría, con la confianza que da el saber valorarnos y el pensar que de nosotros depende ver a nuestro entorno de una manera positiva, sin temor a las reacciones del otro, con optimismo y una buena dosis de madurez.

La pesada carga del celibato

En noviembre del 2005 escribí mis puntos de vista sobre el celibato sacerdotal; hoy voy a hacer énfasis en la historia de esa institución cruel que trata de negar, a todas luces, la dimensión ineluctable del ser humano: su sexualidad.

Según leí en “La historia de la iglesia” de Jean Comby, al Concilio de Nicea en donde los obispos pensaban hacer una nueva ley que obligara a los jerarcas de la iglesia separarse de sus respectivas esposas, asistió un obispo muy respetado llamado Pafnuncio a quien le pidieron su opinión al respecto. Pafnuncio se levantó para ser mejor escuchado y dijo:

“No hay que imponer un yugo tan pesado a los clérigos ni a los sacerdotes; el matrimonio es honorable y el lecho nupcial sin tacha. Una excesiva severidad puede hacer daño a la iglesia, pues no todo el mundo es capaz de una continencia tan perfecta”.

En aquella época todos los obispos se atuvieron a la opinión de Pafnuncio pues jamás contrajo matrimonio, y al parecer, nunca tuvo pareja de ningún tipo pues fue ingresado en un monasterio desde su tierna infancia.

Ni en oriente, ni en occidente en los primeros siglos del cristianismo, existió ley alguna que prohibiera la ordenación de hombres casados, ni que exigiera a los sacerdotes casados abstenerse de las relaciones conyugales.

En el siglo IV, se prohibió el matrimonio después de la ordenación. Quien estuviera casado podía seguir con su esposa, el célibe debería seguir siéndolo. En el siglo V, el obispo de Roma exigió a todas las iglesias que impongan la abstinencia conyugal a los obispos, sacerdotes y diáconos, pero podían seguir viviendo con la esposa. (Un gato cuidando un suculento filete).

En el siglo VI se reforzó la abstinencia conyugal, un concilio quería introducir un inspector en la habitación de los clérigos. Hubo sanciones contra los que tuvieron hijos después de la ordenación.

Durante el siglo XI se seguían ordenando hombres casados, que guardaban “abstinencia” conyugal en una posible cohabitación. En el año 1074, Gregorio VII no distinguía entre sacerdotes casados antes o después de la ordenación. Se prohibió toda cohabitación bajo pena de entredicho del ministerio. Hubo protestas de este tipo:

“Esa ley es insoportable e irracional…” “Sin ayuda de unas manos femeninas nos moriríamos de frío y de desnudez…”

Fue así como en 1170, el papa Alejando III exigió que la esposa de quien se quisiera ordenar debía dar su consentimiento y ella misma debía realizar voto de castidad. Algo sumamente difícil; por tanto, el sacerdocio se comenzó a limitar a los célibes y a los viudos.

Hubo que aguardar el Código de Derecho Canónico de 1917, que estipula que el matrimonio constituye un impedimento para las órdenes, y por consiguiente para que se imponga explícitamente la ley del celibato eclesiástico.

Al final podemos darnos cuenta que lo del celibato no ha hecho más que arrojar a muchos clérigos al exceso, al escándalo, al abuso de poder, a no reconocer y criar a sus propios hijos y, sobretodo, a poner la ambición y el status temporal por encima del amor y el derecho de enamorarse y corresponder a quien les ame. En definitiva: una pesada carga.

Las pandemias sufridas por la humanidad


Pandemia, es una enfermedad epidémica que se extiende a muchos países o que ataca a casi todos los individuos de una localidad o región; según el diccionario de la Real Academia Española. La principal diferencia entre la epidemia y la pandemia es que la epidemia es en un solo país, la pandemia se extiende a otras naciones.

En el siglo XIV la peste negra se extendió por Europa, un tercio de la población mundial falleció a causa de esa pandemia.

En 1918 el planeta se vio inmerso en la llamada “gripa española”, los primeros casos se registraron en Kansas (USA), pero debe su nombre a que la prensa española fue la primera en informar acerca de dicho mal; dicen los cronistas que hubo cerca de cuarenta millones de decesos por el virus H1N1, que era una combinación de la gripe aviar y la humana.

En 1957 hizo su aparición la “gripa asiática”. Se originó en China y se extendió rápidamente; su causante el virus H2N2 resultó de la combinación de un virus que portaban tanto los humanos como los patos salvajes. En esta ocasión las víctimas llegaron casi a los cuatro millones de personas.

En 1968 hizo su entrada triunfal en el mundo de las calamidades la “gripa de Hong Kong”, nombrada así pues en ese lugar se detectó el nuevo virus: H3N2, nuevamente se juntan virus de aves con los humanos. Pronto entró en USA, pero ya la investigación científica había dado pasos agigantados y en esa oportunidad sólo fueron enviados a la tumba cuarenta mil ciudadanos.

1977 estuvo marcado por el resurgimiento del virus H1N1, culpable de la gripe española. Se originó en China, pero entró a Europa a través de Rusia. La ciencia le hizo frente sin mayores contratiempos.

En 1986 se detectó en el Reino Unido la encefalopatía espongiforme, llamada así porque minaba poco a poco el cerebro de los vacunos hasta dejarlo como esponja; eso ocasionaba que los pobres animales caminaran erráticamente por lo que comúnmente la enfermedad se llama “mal de las vacas locas”. A mediados de los noventa, dio un sorpresivo paso a los humanos.

Por la encefalopatía espongiforme hubo 150 casos denunciados de fallecimientos. Mucha gente no volvió a comer carne de res. En realidad no hubo pandemia, pero resulta muy sospechoso que luego de detectar casos en algunos lugares del mundo, de pronto nadie volvió a hablar del asunto pues resultaba poco rentable para los ganaderos.

En el 2002 hubo un síndrome respiratorio agudo severo que tampoco devino en pandemia, afortunadamente. Se concentró en el sueste asiático en donde dejaron de existir por este mal centenares de seres humanos. Esa neumonía atípica fue causada por un “coronavirus” que se contagiaba con mucha rapidez.

En el 2003 tuvimos el enfado de conocer que había surgido una enfermedad en las aves. Todo empezó en diciembre de ese año con la muerte de algunas aves en Seúl, Corea del Sur, pero el malestar mundial se acrecentó cuando dio un salto a los humanos, oficialmente más de 250 fallecidos. La cepa H5N1 fue en esta ocasión la protagonista. En los seres humanos provoca una neumonía que progresa muy rápidamente.

Al igual que el “mal de las vacas locas”, no han vuelto a hablar de la “gripe aviar”. Esta última es más fácil de disfrazar pues los pacientes se van al cementerio por causas respiratorias.

En este año, el gobierno mexicano, en su afán de ser honesto con sus conciudadanos y con el mundo entero, avisó que se había detectado el virus A (H1N1) que causa síntomas similares a los de la gripa española y que podría tener origen en una enfermedad de los cerdos, por esa razón en un comienzo ha sido llamada “gripe porcina”.

Ya ha ocasionado 150 decesos de mexicanos, pero lo peor ha sido una especie de psicosis que ha comenzado a afectar a la población mundial, al punto de matar a cientos de miles de cerdos en Egipto, de no querer recibir los equipajes provenientes de México en el aeropuerto Orly en París, de prohibir los vuelos de una empresa ecuatoriana a Colombia porque se detectó un caso y existen otros en observación…

Me parece estupendo que cada país tome precauciones para evitar un drama de salubridad, pero deberíamos realizarlo sin excluir a hacer sentir rechazados a nuestros semejantes. En los aeropuertos deben poner médicos que examinen a posibles contaminados, si alguien estuviera resfriado pueden ponerlo en observación, con delicadeza, poniéndonos en el lugar del otro.

Atención: No hay datos que demuestren que la gripe por A (H1N1) pueda transmitirse al ser humano a través de la carne de cerdo u otros productos derivados de éste que se hayan manejado y preparado adecuadamente. Ese virus se destruye a temperaturas de 70° C, lo que corresponde a las condiciones generalmente recomendadas para cocinar los diferentes tipos de carnes.

¿Alguna vez has tenido que viajar muy temprano y te has resfriado en el aeropuerto? ¿Qué tal que en el otro lado te excluyan por ese motivo?

Pienso que no debemos perder la calma, tomemos precauciones, además si nos sobreviniera esa influenza pues ya estamos en el siglo XXI, existen medicamentos que ayudan a hacer frente a las enfermedades.