Si partimos de que la gran conquista del amor es exactamente la libertad que cada quien aporta al otro y el compromiso que los dos asumen luego como padres de familia no veo por qué ciertas parejas quieren aparecer delante de los hijos como un par de seres que siempre están de acuerdo en todo cuanto dice cada cual. Pues justamente el sentirse libres para amar debe dar la confianza de expresar nuestros pensamientos acordes con nuestra personalidad.
Amar no significa que no podamos disentir con nuestra pareja. Precisamente el hecho que hombres y mujeres tengamos pensamientos opuestos hace que, llevados por el cariño, tratemos de llegar a un acuerdo, lo cual resulta no solo enriquecedor para la pareja sino para los niños pues de esa manera les enseñamos a respetar los criterios ajenos, a vencer ciertos convencionalismos y aceptar como norma de vida que la pluralidad es magnífica.
Cuando el amor a los hijos es inconmensurable es preciso hacer todo lo que esté a nuestro alcance para darles lo mejor de nosotros para su normal desarrollo psico-somático.
Tampoco es justo que cuando los criterios sean diferentes uno de los progenitores se ponga violento porque sus ideas no son aceptadas en su totalidad. Muchas veces tenemos que aceptar actuar en cierto sentido aunque aquello esté a años luz de nuestros pensamientos. Por ejemplo: a uno de los padres se le ocurre que para que a su hijo se le quite la timidez es preciso que entre en un grupo en donde debe hablar delante de los otros, deberá aprender ciertas dinámicas de apoyo, de recreación y de convivencia. Aunque al otro no le encante la idea, es necesario que haga sus conceptos a un lado y seda por el bien del chico.
En muchos casos es saludable que los hijos sepan que hay que transigir porque tampoco es bueno mantener en el hogar únicamente el criterio de uno de los padres.
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