Uno de los métodos empleados por muchísimos padres de familia es el relacionado con infinidad de promesas que desafortunadamente, para la salud mental del niño, se quedan en el olvido. ¿Por qué prometer algo que no podemos cumplir?
Primeramente no podemos inducir a nuestra prole a trabajar en sus deberes o ejecutar ciertas acciones bajo la esperanza de un regalillo como cuando se amaestra un animal y se le regala algo a cambio que vuelva a realizar la misma “gracia”.
Nuestros hijos no son mascotas a las que estamos entrenando, ellos son nuestra anhelada descendencia, el producto de nuestro gran amor y por consiguiente unos seres tan racionales como nosotros y también serán el resultado de nuestra manera de educarlos.
Si hacemos promesas que jamás se cumplen les estamos enviando unos mensajes muy negativos que los llevarán a mentir, a engañar, a faltarnos al respeto, a ser desobedientes y a vernos como seres sin personalidad. ¿No sería mejor decirles algo cariñoso cuando su comportamiento es maravilloso? Por ejemplo podríamos expresarles que los amamos más y que nos hacen muy felices cuando cumplen con sus deberes escolares o del hogar.
Cuando se presenten situaciones que disten del ideal de comportamiento de los hijos, debemos primero preguntarnos qué tipo de mensajes les hemos enviado con nuestras acciones y luego si pensar en cómo reaccionar.
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