Si bien, en un conflicto armado todos perdemos, en realidad son los
niños quienes se llevan la peor parte puesto que no alcanzan a
comprender lo absurdo de los hechos y porque generalmente se encuentran
en medio de un asunto ajeno.
A través de la historia se ha conocido la inhumana utilización de los
niños en busca de resultados halagadores para quienes estén involucrados
directamente; de esa manera hemos conocido que algunos paranoicos al
encontrarse con su ejército mermado, han echado mano de los adolescentes
y hasta de los chiquillos.
Pero todo el mal no está ciertamente en que los envíen al frente como carne de cañón, sino porque siendo los niños más vulnerables, los Estados deberían velar directamente por su bienestar y dejarlos totalmente fuera de situaciones políticas o de guerras que sólo nos han llevado a la ruina, no solo económica sino intelectual.
A quienes hay que proteger primeramente, en caso de guerra son a nuestros niños y jovencitos pues de ellos depende el futuro de la humanidad. Que se maten, si así lo desean, los mayores, aquellos que no sean capaces de llegar a diálogos civilizados con sus oponentes.
He leído que en este mes se cumplen cuarenta años de haber tomado un reportero esta foto que muestra el horror vivido por niños vietnamitas quemados con Napalm; y el fotógrafo creyó que esa imagen cambiaría al mundo.
¡Cuán equivocado!
Esa imagen de dolor nos ha entristecido muchísimo, pero no lo suficiente para que los amos del mundo se conduelan y acaben definitivamente con las guerras fraticidas.