No basta haber llevado al hijo en el vientre durante nueve
lunas, tampoco basta tener canguros, nanas, niñeras o como quiera llamarse a alguien
que lo cuide; ni siquiera vale el trabajar más de ocho horas diarias para
comprarle todos los juguetes que le apetezcan; lo que sirve en realidad al crío
es el apego, el cariño, la alegría, los cuidados, la dedicación y la calidad del tiempo que le dediquemos.
Ser madre es una situación para siempre, así que nuestra mayor prioridad debería ser ese
retoño, esa criatura que no ha pedido vivir, que espera amor, atención y
buen trato a cambio de darnos ternura y los días más maravillosos de nuestra
existencia.
Muchos critican que exista un sinnúmero de ancianos
solitarios, olvidados, abandonados, sin afecto. ¿No será que ellos nunca se
preocuparon de acompañar en su crecimiento a los hijos, otros se encargaron de
sus cuidados, fueron, quizás, más importantes las reuniones con amiguetes, que
prestar atención a los pequeños?
Un hijo debe ser una
motivación para mejorar día a día en todos los aspectos. Son tantas las
cosas que podemos compartir con ese ser extraordinario:
-Hay que enseñarle a descubrir y explorar alegremente su
entorno.
-Podemos aprender de él el valor de las cosas más pequeñas
de la vida.
-Siempre debemos tratar de escucharlo y creer lo que nos
cuente porque cuando le damos ejemplo de honestidad, podemos esperar que no
mienta.
-Hablarle con afecto, con vocablos que inspiren ternura y
agrado; hay que recordar que existen palabras que pueden herir más que un
golpe.
-Fingir voces para mantenerlo entretenido, cantar canciones
infantiles, bailar y hacer el payaso con tal de hacerlo reír.
-Cuidar nuestras expresiones porque el hijo todo lo imita.
-Ser perseverantes.
-Convertirnos en el pilar de su vida mientras nos necesite.
Y, sobretodo, enseñarle a trabajar las
emociones.
Un fuerte abrazo para todas esas
mujeres cuyo amor materno ha prevalecido para encaminar amorosamente a sus
pequeños rumbo a la autosuficiencia.