Según los botánicos, el abeto es un árbol de la
familia de las pináceas el cual se encuentra dentro de las coníferas. Siempre
ha estado vinculado a los grandes árboles que se usan para el festejo navideño,
también es de los que más gustan para la decoración de un jardín o parque
exterior. Posee un rasgo muy sobresaliente: la producción de resina olorosa, llamada óleo de abeto.
La posición de los conos, que es lo primero que
llaman la atención, lo distinguen de otras coníferas: en los primeros es erguida
mientras que en los segundos es completamente pendular. La textura de sus hojas es rígida de un hermoso color.
Cuando los primeros
cristianos llegaron al norte de Europa, descubrieron que sus habitantes
celebraban el nacimiento de Frey, dios del Sol y la fertilidad,
adornando un árbol perenne, en la fecha próxima a la Navidad cristiana.
Este
árbol, en la mitología nórdica simbolizaba
al árbol del Universo, llamado Yggdrasil, en cuya copa se hallaba Asgard (la
morada de los dioses) y el Valhalla (el palacio de Odín); y en las raíces más
profundas estaba Helheim (el reino de los muertos). Posteriormente con la
evangelización de esos pueblos, los cristianos tomaron la idea del árbol, para celebrar el nacimiento de Cristo, pero
cambiándole totalmente el significado.

Es posible que el primer
árbol navideño, como se conoce en la actualidad, surgiera en Alemania, donde se
implantó por primera vez en 1605 para ambientar el frío de la Navidad,
comenzando así su difusión. A Finlandia llegó en 1800, mientras que a Inglaterra
lo hizo en 1829, y en el Castillo de Windsor se vio por primera vez en 1841, de
la mano del príncipe Alberto, esposo de la reina Victoria.