Fue él quien me enseñó las primeras letras, a sumar, a restar, a ser leal, honesta, desinteresada y a entender que la vida puede ser muy hermosa en la simpleza de echarnos a observar un hormiguero, amar la naturaleza, escuchar el canto de las mirlas, ponerles arroz a los pajarillos, y darle afecto a mi pequeño morrocoy. Años después lo observé hacer lo mismo con mis hermanos menores.
El padre es un ser esencial pues llega a nosotros de una manera diferente, él no sólo les enseña con el ejemplo a sus hijos varones la calidad de tales, sino que a las hijas nos proporcionan una cantidad infinita de ternura, nos ayudan a establecer límites, regular patrones sociales; sobretodo nos enseñan lo vital de aprender a decir NO, cuando nos enfrentamos a ciertas personas muy persuasivas.
Sé que muchas mujeres han de decir que los hombres no son indispensables en la crianza de los niños, pero se equivocan. A mi padre le debo mi equilibrio emocional, el desprendimiento por lo material, el deseo de ayudar a otros, las ganas de aprender algo cada día, el amor al arte y al trabajo, el cariño incondicional a los hijos, y, sobretodo la intención de perdonar, pues él siempre disculpó todos mis errores.
Hasta el último día de mi vida he de recordarlo como el ser que más afecto me ha proporcionado, que a pesar de todo, siempre fui la niña de sus ojos y lo seguiré queriendo hasta el final.
No bebo licor, pero hoy brindo por ese ser maravilloso y por todos los padres del universo que luchan, trabajan infatigablemente y que de todas maneras llegan a casa a compartir con los hijos aunque regresen con el corazón a cuestas. Los hombres pueden dejar de ser niños en cualquier momento de su vida, pero jamás dejan de ser padres.
Un homenaje especial a mi pareja, que ha hecho lo posible por ser un buen papá. Un enorme beso a todos los padres, padrecitos, papás, papitos y papacitos divinos.
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