Existe cierto optimismo radical en el cual el mundo del
mal es eliminado y la materia es afirmada del modo más positivo posible, como
sucede en el dualismo de Spinoza. En el monismo de los estoicos
y gran parte de los pensadores hindúes y chinos deriva en resignación; pero el monismo puede ser también optimista caracterizado
por la afirmación de la vida y del mundo, algo así como una supervivencia plena.
Ser optimistas nos lleva a una pluralidad de mundos o situaciones
posibles; eso he pensado que sucedió con Stephen Hawking cuando le diagnosticaron una enfermedad degenerativa cuando tenía
21 años, la cual, en poco tiempo, podría terminar con su valiosa existencia.
¿Qué lo mantuvo vivo 55 años más?
Se nutrió del amor de su primera esposa, la familia, conocidos
y, sobretodo, su mente positiva. Al parecer nunca se quejó de su suerte, ni
siquiera cuando su segunda esposa lo maltrataba.
Él debe haber recurrido a un realismo útil porque comprendió
perfectamente lo que le estaba sucediendo y aceptó, que, a pesar de tener un
mal degenerativo que lo reduciría, no debía entrar en la negación; se agarró
del hecho de que su mente no se vería afectada, podía seguir investigado y
dictando clases en la Universidad.
Es un modelo que podríamos emular:
La aceptación de los hechos reales.
Cuando sobrevenga un mal hay que verlo tal cual es.
Valorar la realidad de manera objetiva.
Hacer lo posible para modificarla.
Adaptase a las nuevas condiciones de manera activa.
Hawking a pesar de no poder alterar su enfermedad, se adaptó,
se doctoró, tuvo tres hijos; fortaleció su creatividad, escribió con una
máquina acomodada para su dolencia. No se llenó de ira pues esta mina más la
salud. No podía vencer el mal que le aquejaba, pero jamás se adentró en el
pesimismo.
El 14
de este mes, falleció el científico más brillante de las últimas décadas y,
además de ciencia, nos ha dejado un legado, como una oda: darle
sentido a la vida a pesar de los inconvenientes y conservar el sentido del
humor.
DEP.