Domicilio y residencia

El concepto de domicilio más simple es: casa, morada, vivienda fija y permanente. Desde el punto de vista del Derecho, es el lugar en que la ley presume que se encuentre una persona, para el ejercicio de sus derechos y el cumplimiento de sus obligaciones.

Para hacer más concreto el concepto de domicilio, la moderna jurisprudencia y las diversas legislaciones nacionales admiten una triple dirección:

a) Lugar de residencia efectiva o de derecho.

b) Lugar de residencia habitual.

c) Lugar en donde radican los intereses de una persona.

El domicilio puede ser de origen, el cual es muy importante en los países regidos por el Ius soli (derecho a la nacionalidad por el lugar de nacimiento). Voluntario: el expresado por el ejercicio de esta facultad; o legal: el fijado por la ley.

No debe confundirse el domicilio con la residencia, ni con la permanencia de hecho en un lugar. El domicilio tiene una importancia fundamental en algunos asuntos jurídicos, ya que, por ejemplo, sirve para concretar el lugar del cumplimiento de las obligaciones (domicilio del deudor, salvo pacto en contrario), para determinar la competencia de los órganos judiciales en las reclamaciones por su incumplimiento.

El domicilio que es un concepto legal, se diferencia de la residencia, en que ésta es una noción material, siendo el lugar donde efectivamente mora el individuo, que a veces puede ser un elemento para la determinación del domicilio real.

También se diferencia de la habitación, que es el lugar en que alguien se halla de manera ocasional, por ejemplo, la habitación de un hotel durante las vacaciones. La habitación puede hacer las veces de domicilio civil para las personas que no lo posean en otra parte.

Fijar el domicilio de los menores de edad no emancipados, el de la mujer casada, no separada legalmente, domicilio del marido aunque su residencia sea en lugar distinto, sirve para dilucidar la ley aplicable en el Derecho Internacional Privado.

El domicilio es, pues, el lugar que la ley señala como asiento de una persona para los efectos jurídicos; esos efectos pueden referirse al Derecho Público o al Derecho Privado: domicilio político y domicilio civil.

Para la calificación del domicilio, existen algunos criterios que son tomados en cuenta de acuerdo al país en donde se vaya a aplicar. La tendencia más aceptable es la de verificar la calificación internacionalmente, por medio de tratados.

Las siguientes son las soluciones para la calificación del domicilio: La ley nacional, la ley territorial, la voluntad autónoma, la lex fori, la ley extranjera remitida, la calificación internacional.

El domicilio actual o real

Es el lugar en donde la persona tiene establecido el asiento principal de su residencia y sus negocios. Prácticamente el lugar en donde está establecida la familia. El domicilio actual es único: en cuanto queda limitada la posibilidad de dos domicilios simultáneos, pues la determinación de un nuevo domicilio extingue los efectos del precedente.

Este tipo de domicilio surge de la integración de dos elementos, uno es un elemento material u objetivo denominado “corpus”, y el otro un elemento intencional o subjetivo, llamado “animus”.

Domicilio matrimonial

Es llamado en el Código Sánchez Bustamante el “domicilio conyugal”. Es el domicilio común de los esposos, que rige lo relativo al divorcio y nulidad del matrimonio, a las acciones que deban ser promovidas ante el juez de dicho domicilio, aun cuando no fuere el domicilio actual del marido.

El domicilio tiene un doble significado:

1- Para los efectos de los derechos patrimoniales de los cónyuges durante el matrimonio, es el domicilio del marido al momento de contraerlo.

2- En el juicio de divorcio, es el último domicilio común.

Diferencia entre oír y escuchar

La principal acepción del verbo oír se refiere a la acción de percibir los sonidos. Para oír sólo basta tener sanos los oídos, de manera que todo ruido, música, voz o estallido que se produzca en las inmediaciones de donde nos encontremos y tenga la suficiente potencia, nos va a llegar al oído de manera natural.

Escuchar es más que oír. Es prestar atención, involucrar nuestro intelecto para captar el mensaje o percibir mejor los sonidos.

Oír constituye un acto involuntario, mientras que escuchar es un acto volitivo. Se puede oír aún en estado de semi-inconsciencia, en cambio para escuchar es necesario involucrar nuestras facultades y estar totalmente conscientes.

Cuando deseamos que alguien capte lo que le queramos expresar le decimos, “por favor escucha”. Pero si estuviéramos probando un aparato de comunicación y no estamos seguros de su buen funcionamiento, expresamos: “¿me oyes?”

Escuchar implica además de oír, comprender lo que otro exprese. No podemos controlar el hecho de oír algo, pero escuchar con atención es una acción que puede ser ejercitada y controlada por nosotros, si lo hacemos estratégicamente.

Es una bendición poder oír, y lo es más tener la dicha de escuchar con cariño a otros y de ser escuchados.

Cambio

El vocablo “cambio” es muy rico, posee muchas acepciones; desde dar, poner o tomar una cosa por otra, hasta la expresión física que designa el paso de un estado a otro. En comercio, en Economía, en Derecho, en Filosofía, equitación, fonética, lingüística y otros, tiene su propio significado.

Existe una manera muy frecuente de utilizar esta palabra entre las personas comunes y corrientes, a veces se escucha a alguien decirle a su pareja: “tú sigues siendo la misma desde que te conozco, no he visto en ti un cambio de actitud que pueda hacerle bien a nuestra relación”.

Ese reclamo habla de cambio que en ese caso puede ser positivo o negativo según la mentalidad de quien lo exprese. Pero esa expresión de pareja debo retomarla cuando desee hablar de una aceptación intepersonal.

Hoy quiero referirme a ese “cambio” que en las últimas décadas ha sido utilizado por las grandes maquinarias de marketing político. En este sentido la gente encuentra a dicha palabra como la expresión de algo mágico.

Los candidatos a ejercer un cargo en cualquier función estatal, organización empresarial o magistratura, que tengan dentro de sus logotipos propagandísticos la palabra cambio, son aquellos que llegan a alcanzar mayor popularidad.

¿Cambia algo cuando se eligen nuevas autoridades?

Sí, claro. Varían las personas que enrumban la empresa, el organismo o el país; varía su manera de afrontar las diferentes situaciones, pero en el fondo todo sigue igual. Es posible que las nuevas autoridades tengan buenas intenciones, que traten de enmendar errores del pasado, que intenten reactivar la economía, que hagan lo posible por seguir siendo populares, etc. Pero lo sustancial ha de persistir.

Los logros en cualquier situación, empresa o función podrían conseguirse si todos ayudáramos, si pusiéramos de nuestra parte para que aunados pudiéramos alterar el ritmo de los acontecimientos. Un gerente, un presidente o un alcalde no le hacen girar de rumbo a la vida de nadie. Tenemos que seguir trabajando para sobrevivir.

Si tuviéramos que escoger a una persona para que lleve al país por una senda que acabe con la violencia y la miseria, primero dejémonos de ser violentos en nuestras relaciones personales, abandonemos la dureza que se entrevé en los cometarios de los foros de opinión, ocupémonos por lo menos de alguna persona que se encuentre mal y poco a poco podremos ver renacer la esperanza de vivir con equidad.

El cambio tan anhelado por muchos, no está lejos, está dentro de nosotros, en nuestra manera de afrontar las situaciones, en nuestro modo de aceptar a los demás.

Estado autocrático

Si parto de la idea que autocracia es una forma de Estado y no de gobierno, puesto que compromete la totalidad del cuerpo social y no solamente los órganos directivos del Estado, puedo decir que el Estado autocrático concentra todas las potestades en el gobernante.

La autocracia es una concentración de poder total y excluyente. El gobernante ejerce un poder auto-investido, pues generalmente ha sido elegido para gobernar con las reglas constituciones, con la fiscalización que deba realizarr el Legislativo y con independencia del poder Judicial; pero él hace creer a la ciudadanía que existe división de poderes e incluso que hay participación popular en la toma de decisiones, sin haber tales.

Las facultades de mando del autócrata no derivan de la Ley o de alguna fuente exógena pues su voluntad es la Ley, construyendo un Estado piramidal, en el que los deseos del autócrata deciden el destino y la suerte su país.

El autócrata, aunque quiera aparentar lo contrario, es el dueño de la totalidad de las atribuciones del gobierno: hace la ley, la aplica cuando le conviene, conduce al Estado, dispone del patrimonio público (que él cree que es suyo), interfiere en la administración de Justicia, monopoliza la información social, se va en contra de los medios de comunicación independientes, contra la libre expresión, dirige la fuerza pública y gestiona los aparatos represivos del Estado que en estos tipos de Estado funcionan a las mil maravillas.

En el Estado autocrático, como la voluntad del gobernante es la suprema ley y los límites de su autoridad no están definidos, no hay garantía alguna de respeto de los derechos de las personas o posiblemente el gobernante ha de creer que él sea el único ser con derechos. Por consiguiente sería una entelequia pensar que exista el Estado de Derecho pues con ese tipo de gobernante en el poder, desaparecen las garantías de seguridad jurídica y los ciudadanos viven constantemente en un ambiente de temor y de inseguridad.

No interesa el color político ni la idea bajo la cual se ejerza, el Estado autocrático puede tomar diversas direcciones: el absolutismo, el totalitarismo, la tiranía, el despotismo, la dictadura; que en realidad no son más que versiones del despotismo en la cual los gobernados no poseen derecho ni recurso alguno frente a su opresor.

En la actualidad ese tipo de Estado tiende a incrementarse pues ciertos autócratas han visto en los medios de comunicación una vía excelente para acosar a sus conciudadanos con miles de propagandas, todas ellas sobre logros ficticios y sobre descalificaciones hacia sus posibles oponentes.

Antaño, Adolfo Hitler añadió con maestría el elemento del racismo para formar la mezcla explosiva y paranoica que galvanizaría a todo un país. Los autócratas actuales utilizan la confrontación entre desposeídos y estratos sociales medios y altos para culpar de las desgracias nacionales a quienes ellos llaman “oligarcas”.