Felices Fiestas



Esta es una época en la cual afloran los mejores sentimientos: el amor, la gratitud, la lealtad, la ternura, la solidaridad… Hay que recordar que el cariño no se puede envolver, hay que darlo y demostrarlo día a día.
Deseo que nunca os falte la salud, un sueño por el cual luchar, algo para aprender, un proyecto para realizar y un motivo que os dé la fuerza para seguir la marcha. ¡Felicidades!

El abeto




Según los botánicos, el abeto es un árbol de la familia de las pináceas el cual se encuentra dentro de las coníferas. Siempre ha estado vinculado a los grandes árboles que se usan para el festejo navideño, también es de los que más gustan para la decoración de un jardín o parque exterior. Posee un rasgo muy sobresaliente: la producción de resina olorosa, llamada óleo de abeto.





La posición de los conos, que es lo primero que llaman la atención, lo distinguen de otras coníferas: en los primeros es erguida mientras que en los segundos es completamente pendular. La textura de sus hojas es rígida de un hermoso color. 



Cuando los primeros cristianos llegaron al norte de Europa, descubrieron que sus habitantes celebraban el nacimiento de Frey, dios del Sol y la fertilidad, adornando un árbol perenne, en la fecha próxima a la Navidad cristiana. 
Este árbol, en la mitología nórdica simbolizaba al árbol del Universo, llamado Yggdrasil, en cuya copa se hallaba Asgard (la morada de los dioses) y el Valhalla (el palacio de Odín); y en las raíces más profundas estaba Helheim (el reino de los muertos). Posteriormente con la evangelización de esos pueblos, los cristianos tomaron la idea del árbol, para celebrar el nacimiento de Cristo, pero cambiándole totalmente el significado.


Es posible que el primer árbol navideño, como se conoce en la actualidad, surgiera en Alemania, donde se implantó por primera vez en 1605 para ambientar el frío de la Navidad, comenzando así su difusión. A Finlandia llegó en 1800, mientras que a Inglaterra lo hizo en 1829, y en el Castillo de Windsor se vio por primera vez en 1841, de la mano del príncipe Alberto, esposo de la reina Victoria.