Clases de abusos II (Concusión y cohecho)


Revelar la existencia de la multiplicidad de formas que adopta el abuso alrededor del planeta, es una tarea compleja e inacabada pero afortunadamente hay mucha gente que está en el camino de la concienciación que, me encantaría que conduzca a una sociedad más equitativa, igualitaria y muy respetuosa de las diversidades.

Dentro de las diferentes clasificaciones que se pueden hacer sobre el abuso, es quizás el abuso de poder el que más víctimas tiene pues no es necesario que se trate de un personaje con un alto rango de autoridad para cometer desafueros. Muchas veces el abuso llega de parte de quien cuida la puerta del hospital, del portero del colegio, de quien atiende en una ventanilla del seguro social, de un empleado bancario y lo que es peor, de quien debía ser todo amor: el padre.

El abuso de poder en los vínculos interpersonales: la violencia de género en todas sus manifestaciones y el grave problema social que representa el maltrato y abuso de niños, niñas y adolescentes (violencia familiar, escolar, institucional), merecen ser examinadas aparte.

Para hablar de abuso de poder habría que examinar primero el concepto: Es la capacidad de las personas o grupos para inducir o influir en el comportamiento, las acciones o creencias de otras personas o grupos.

Existen muchas clases de poder:
El poder legítimo que es aquel que deriva de un puesto o cargo a los que los ciudadanos o las instituciones del Estado dan legitimidad; aquí incluimos los políticos, las fuerzas armadas y todo aquel que se encuentre dentro de la esfera de lo que comúnmente llamamos autoridades.

El poder de la pericia o el que otorga el conocimiento adquirido en base a la investigación científica: abogados, médicos y profesores colegiales o universitarios pueden ejercerlo por medio de sus conocimientos especiales.

Por lo general relacionamos el abuso de poder con todo acto de los funcionarios que se exceden en sus atribuciones o facultades respecto a particulares o al asunto público. Los excesos en el poder que durante siglos han nutrido la relación asimétrica de cualquier avance sobre los más vulnerables y los desvalidos, ocupan el primer lugar en la enorme y polifacética lista de abusos.

Hoy me voy a detener en dos tipos de abuso que se registran a diario en muchas dependencias y que, al parecer, la ciudadanía ha aprendido a convivir con ellos:
concusión y cohecho, pero ¿qué es eso?

La diferencia entre concusión y cohecho se encuentra en el sentido mismo de los vocablos. El primero significa la exacción hecha por un funcionario público en provecho propio, mientras cohecho es la acción por la cual cualquier individuo soborna a un juez o funcionario público.

Exacción significa el hecho de exigir, con aplicación a impuestos, prestaciones, multas o deudas. Se trata de algo que sólo puede percibir el Estado, en cuyo nombre se actúa. En este delito hay una exigencia de lo que se recibe, lo cual lo distingue del cohecho, pero tan deshonesto e inconveniente es el uno como el otro delito.

En ambos casos hay un abuso de funciones del agente, y el fin perseguido es la obtención de un lucro ilegítimo. En los dos casos se lesiona el bien jurídico de la administración pública, pero sólo en la concusión también existe lesión al patrimonio particular.
La diferencia radica en que en el cohecho hay un acuerdo venal al que llegan las partes, sin que el sujeto activo ejerza coacción sobre el particular o le infunda temor.

Clases de abuso I


Hace unos días vino a visitarnos un amigo cuyo hijo mayor tiene un problema cerebral. Siempre nos ha mantenido al tanto de los progresos del chico, hemos compartido con él la alegría de verlo caminar sin ayuda, de saber que ya come solo e igualmente ha aprendido a ir al lavabo; pero también nos hemos entristecido cuando aparentemente ha tenido un retroceso.

La criatura estuvo varios años estable, yendo a una institución en donde todos los niños tienen problemas semejantes a él, pero extrañamente hace un par de semanas el chico se niega a ir a dicho lugar. Como su padre lo llevó de todas maneras, el pequeño no quiso alimentarse, se negó a ir al sanitario para hacer sus necesidades fisiológicas y dejó de comunicarse.

Luego de muchas reflexiones del por qué de la actitud de ese chico y enterada que no ha sucedido con otros niños, concluí que debía estar siendo víctima de algún tipo de abuso. No le expresé mis pensamientos al amigo por temor. Mi esposo estuvo de acuerdo cuando se lo planteé.

¿Por qué no se lo dije?
La razón es muy simple. No podía alarmarlo. Por lo general la gente relaciona el abuso con lo sexual y en eso hay una gran equivocación pues existen infinidad de clases de abusos, simplemente alguien puede estar maltratándolo.

¿Qué es abuso?
Es la acción por la cual se utiliza indebidamente una cosa, una posición o la autoridad.
Desde el punto de vista jurídico
, abuso es el provecho que se saca de un derecho para un fin distinto de aquel para el que ha sido establecido legalmente; se manifiesta por la desproporción indefectible y enorme entre el perjuicio y la utilidad.

Desde el punto de vista mercantil, es el acto del socio por el cual se excede en sus facultades en el manejo de la firma social.

Desde lo penal, es el acto de un funcionario que se sobrepasa en sus atribuciones dando lugar a una serie de delitos tipificados por la Ley en razón del carácter de funcionario público de sus autores.
En este grupo se encuentran los abusos más conocidos: detención ilegal, el cohecho, la percepción ilegal de impuestos, la prevaricación, la violencia para impedir la acción de la justicia, la violación de domicilio y de la correspondencia, etc.

No hay que olvidar al abuso de poder, abuso emocional, el abuso físico y de autoridad paternal, el abuso en el consumo de ciertos alimentos, drogas, etc.

Finalmente viene el primero que llega a la mente de muchos: el abuso sexual. Consiste en cualquier acto de tipo sexual en el que concurra alguna de las siguientes circunstancias: uso de la fuerza, o de la intimidación, que la víctima sea menor de edad o esté privada de razón o de sentido.


La convivencia y la paz II



Probablemente en nuestro país, como en muchos otros haya existido buena intención en los educadores al momento de transmitir sus conocimientos a los niños y a los jóvenes, pero hay ocasiones que son esos mismos educadores, llámense docentes, padres de familia, sacerdotes, pastores o dirigentes quienes ponen el punto discordante, sin proponerse quizás, sembrando la semilla que poco a poco generará violencia.

Si los chicos observan y sienten un ambiente de armonía, libertad y comprensión, ellos aprenderán a ser serenos y a dirimir las diferencias de criterio con afecto, con algo muy diferente a los golpes o al insulto que se derivan de unas señales de intolerancia, injusticia y opresión que sufren a diario muchos de nuestros pequeños.

La convivencia armoniosa es un elemento fundamental en el proceso de enseñanza aprendizaje en una doble vertiente: por un lado, porque supone hablar del ambiente en que cada cual se desarrolla debido a su enorme importancia, y por otro, porque es parte esencial del desarrollo de cada persona.

Si bien, educar para la convivencia exige la implicación de todos los sectores de la comunidad educativa: alumnado, padres de familia, profesorado y personal no docente, es necesario adecuar y hacer accesible la información a todos los sectores para favorecer su participación comenzando por aleccionar a quienes tienen la responsabilidad de impartir los conocimiento, no sólo en el plano educativo sino en el día a día.

Por consiguiente, para lograr a futuro una convivencia en paz, es necesario un proyecto que abarque todos los aspectos que la cotidianidad exige, fomentar la información, la tolerancia, la participación, el respeto, la comunicación y la colaboración.

Son muchísimos los campos en que los seres humanos podemos participar de acuerdo a nuestra formación, a nuestros ideales y sobretodo, de acuerdo a nuestra disponibilidad. A nuestros niños y jóvenes hay que enseñarles que no siempre los anhelos van acordes al ritmo mismo de los acontecimientos personales, familiares, o sociales.

Cada persona puede marcar la diferencia, haciéndose más responsable, más abierta, más comprensiva (sobretodo si son formadores) y comprometiéndose
en las acciones y relaciones, posponiendo la gratificación inmediata para obtener una mayor recompensa más tarde sabiendo que las dificultades en el camino necesitan tiempo y esfuerzo continuo para sortearlas.

Si poseemos la determinación, el entusiasmo, el deseo,
y la creatividad para la acción transformadora ello facilitará el proceso de aprendizaje que nos permitirá romper todos los esquemas obsoletos, principalmente acabar con el paradigma de víctimas que nos hace sentir impotentes y vulnerables ante una realidad hostil que creemos nos ha obligado a desarrollar mecanismos que violentan la vida pública, pretendiendo que es la única manera de resolver los problemas personales y colectivos.

La convivencia y la paz I


Hace unos días un chico que está en la secundaria me preguntó:

¿Qué es convivencia?

Simplemente es vivir con...

Estoy convencida de que la convivencia se construye a partir de los actos cotidianos, desde los más pequeños y simples en nuestra vida personal, hasta en los más grandes entornos colectivos, escolares, laborales, comunitarios y nacionales, le respondí.

Para que la convivencia sea posible es necesario el respeto y la estimación recíproca. El respeto es atención, deferencia, amabilidad, el aceptar opiniones e ideas que difieran de las propias, en definitiva: consideración. Hay que tener en cuenta la dignidad de la personas y apreciarlas por lo que valen.

El chico insistió:
¿Qué nos conduce a vivir en paz y dejar de lado los desacuerdos y las oposiciones?

La intención que pongamos en las decisiones que tomamos en nuestro quehacer diario y el propósito de las relaciones que construimos y mantenemos para el desempeño de nuestras distintas actividades, pues no nacimos sabiendo cómo vivir juntos, sino que lo hemos ido aprendiendo a través del proceso de socialización en el que estamos inmersos desde que nacimos, y durante el cual percibimos lo que nos rodea según lo que nos van enseñando.

Cada quien observa el mundo según su historia personal y familiar, de acuerdo a sus creencias y sus valores, lo cual nos moviliza a infinidad de maneras de actuar y a múltiples alternativas de promover y abordar las transformaciones. De esa forma comenzamos a captar que
las diferencias no son limitantes, no son excluyentes, forman parte de nuestra naturaleza humana.

Y debemos comenzar a sentirnos estimulados para buscar en esas diferencias los puntos comunes, las oportunidades para complementar lo que pueda enriquecer las propuestas de acción desde cualquier punto donde nos encontremos, que tiendan puentes progresivos para ir construyendo la participación, respetando y reconociendo a los demás, protagonizando los espacios de encuentro y de construcción colectiva como lo son las juntas comunales, parroquiales, escolares, colegiales, universitarias, etc.

Estoy convencida de que la convivencia es posible entre diversas culturas y el contacto ayuda y enriquece a sus participantes...

En nuestras manos está hacer la diferencia entre la exclusión y la inclusión, el conflicto y la paz, entre la desavenencia y la convivencia pacífica, entre la oposición cerrada y la tolerancia.


La paz más que una meta, debe ser el camino para la sana convivencia y requiere que la pensemos, la sintamos, la expresemos y actuemos para trasmitirla y extenderla con el convencimiento de que llegará a todos los ambientes donde seamos portavoces de su necesidad y de su impacto.