La constancia de Steve McCurry

No voy a referirme al documento en el que se hace constar algún hecho, en ocasiones de modo auténtico y fehaciente para utilizarlo en algún reclamo legal; sino a esa constancia que en ocasiones hasta molesta a nuestras amistades pues hay quienes la toman como una especie de tozudez.

La constancia es la cualidad que nos conduce a llevar a cabo lo necesario para alcanzar las metas que nos hayamos propuesto, pese a todas las dificultades externas o internas que se nos presenten. Aunque disminuya la motivación personal, ella está presente para impulsarnos hacia delante.

La constancia sustenta el trabajo, pone en alerta nuestras expectativas, nos proporciona una fuerza de voluntad sólida y un ánimo continuado para llegar a la meta propuesta venciendo las dificultades e incluso venciéndonos a nosotros mismos.

La constancia es un apoyo en la formación de la responsabilidad, es saber responder a una misión a pesar de las dificultades o el tiempo pues la constancia en la superación de las dificultades conduce a la perseverancia.

Un ejemplo de persona constante para mí, es Steve McCurry, el fotógrafo de la revista National Geographic quien fotografió en 1985 a una niña afgana en el campo de refugiados Nasir Bagh, en Pakistán. He visto el documental en donde se puede apreciar todos los obstáculos que McCurry salvó en la empresa que se propuso de encontrar nuevamente a la niña que diera la vuelta al mundo en la portada de la revista para la cual trabaja Steve.

En enero de 2002, Steve McCurry y el equipo de National Geographic, regresaron al campo de refugiados Nasir Bagh, en Pakistán, en donde la había fotografiado originalmente, pero se encontró con la dificultad que ya estaban demoliendo ese lugar. Buscó contactos, todos le decían que podía estar muerta o que simplemente era como buscar una aguja en un pajar.

Steve McCurry no se desanimó, sabía que si deseaba lograr su sueño de volver a verla, debía ser constante, no desmayó en la búsqueda, así dio con el paradero de la maestra que enseñaba en aquella época en la escuela para niñas refugiadas.

Luego de muchos intentos con diferentes personas, mediante una serie de contactos, fue identificada como Sharbat Gula, ahora una mujer casada que vivía con su familia en una remota región de Afganistán.

Procedieron a fotografiar a la señora, con el consentimiento de su marido, de acuerdo a las leyes musulmanas y un grupo de científicos determinaron mediante exámenes del iris que se trataba de la misma persona fotografiada 17 años atrás.

Constancia, perseverancia, gracias a ello, Steve McCurry, de 51 años de edad, el fotógrafo que había inmortalizado la mirada de Sharbat Gula, llegó a la meta de su propósito.

Tipos de cuentos

Hay cuentos en prosa y en verso; cuentos populares y literarios, para todo público y para adultos; cuentos infantiles, cuentos de fantasía y fantásticos; cuentos de hadas y cuentos de terror; cuentos de aventuras y cuentos de ciencia ficción… Podría seguir clasificando de acuerdo con mis pensamientos o los diferentes tópicos que toquen los relatos.

Los cuentos populares son aquellos que han llegado hasta nuestros días por transmisión oral, son narraciones tradicionales; mientras que los cuentos literarios han sido concebidos y trasmitidos mediante la escritura y obviamente carece del juego de variantes característico de los cuentos populares.

Los cuentos fantásticos narran acciones cotidianas, comunes y corrientes; pero en un momento determinado aparece un hecho sorprendente e inexplicable desde el punto de vista de las leyes de la naturaleza. Los cuentos de fantasía relatan escenas de un mundo maravilloso, como “La bella durmiente”.

Los cuentos infantiles, por lo general, tienen al final algo que los autores llaman moraleja, como en los cuentos en verso de Rafael Pombo: “Mirringa Mirronga”, cuando estaban en pleno banquete los gatos, entró la dueña de casa y les dio una paliza… “Para que hagan cenas con tortas ajenas”.

Cuentos de Charles Perrault: Barba azul, caperucita roja, el gato con botas, la bella durmiente del bosque, la cenicienta, las hadas, los deseos, piel de asno, pulgarcito…

Los cuentos de La Fontaine comprenden cinco libros, en ellos destaca el dominio de la narración, la osadía en la elección y el tratamiento de los temas.

Cuento de invierno: comedia en cinco actos de William ShaKespeare, escrita en verso y en prosa.

Cuentos de Canterbury: conjunto de relatos en verso obra de Geoffrey Chaucer. La ficción que permite darle cierta unidad a esa serie de cuentos es una supuesta peregrinación de una treintena de personas que salieron desde Londres a Canterbury a visitar la tumba de Tomás Becket.

Cuentos infantiles y del hogar de los hermanos Grimm: blanca nieves, Hänsel y Gretel, los músicos de Bremen y Rumpelstilzchen.

"Cuentos de navidad" de Charles Dickens: constituida por una serie de cuentos con temas navideños, entre ellos, "Canción de navidad", y "El grillo del hogar".

"Cuentos narrados dos veces" de Nathaniel Hauthorne: el velo negro del pastor, y Wakefield que incluyen elementos de carácter simbólico y otros oníricos y misteriosos.

Cuentos de Guy Maupassant: La señorita fifí, La casa tellier, La belleza inútil...

El cuento

El vocablo “cuento”, posee gran número de acepciones, desde la relación de un suceso pasando por la enumeración de algo, hasta la típica expresión “no me vengas con cuentos” para expresar sinceramente que la persona se resiste a escuchar chismes.
Pero me voy a centrar en su acepción literaria, quizás en dos o tres entradas.
La evolución histórica del cuento es más difícil de fijar que la de la mayoría de los restantes géneros literarios, y ello se debe en gran parte a los equívocos que envuelven a su mismo nombre. Cabría por tanto, distinguir en el concepto de “cuento” dos aspectos distintos: el de relato fantástico y el de narración literaria de corta extensión, oponiéndose así a la idea de novela.
Esos dos aspectos no son excluyentes, a menudo pueden darse en la misma obra, y tienen como base común el hecho de tratarse de un relato breve, generalmente en prosa, pero suelen representar dos vertientes claramente diferenciadas del mismo género literario.
Originalmente, el cuento es una de las más antiguas formas de literatura popular de transmisión oral, que sigue viva como lo demuestran las innumerables recopilaciones modernas que reúnen cuentos folclóricos exóticos o regionales. Bueno, en la actualidad eso ha de darse en menor proporción, sobretodo en lugares en donde la TV e Internet ha interferido en la buena costumbre de leer o narrar cuentos en familia.
El origen último de estas narraciones ha sido muy discutido, pero lo innegable es que lo esencial de muchas de ellas se encontraba en zonas geográficas muy alejadas unas de otras y totalmente incomunicadas.
Fue hasta el siglo XIV con el “Decamerón” de Boccaccio que se consolidó la idea de “cuento” en el sentido moderno de la palabra. Casi todos los prosistas importantes (hasta el romanticismo), cultivaron, al menos episódicamente, el cuento. Es el caso de Stendhal, Gautier, Puskin, Dickens, Walter Scout, Fernán Caballero, Alarcón, etc.
En el siglo XVII, La Fontaine sacó su obra “Contes”, narraciones con mucho realismo que no agradaron a la sociedad de su época que no toleraba el descarnado realismo y la crítica social apenas disimulados por la ironía del autor.
Posteriormente Gustave Flaubert en Francia con sus “Tres cuentos” aplicó el género de prosa que había experimentado en sus novelas; su discípulo Maupassant fue sin duda uno de los grandes maestros del cuento como esbozo narrativo. En Rusia, Chéjov fue uno de los más eximios credores universales de esta modalidad narrativa.
Vaya, que no me olvido de Lewis Carroll, Perrault, Anderesen, los hermanos Grimm, Rubén Darío, Rafael Pombo y otros.
Un homenaje y mis respetos a todos quienes tienen un alma maravillosa para escribir cuentos.
Próximamente exploraré los tipos de cuentos.

Hans Christian Andersen

¿Quién no ha leído o escuchado acerca de: “El patito feo”, “El traje nuevo del emperador”, “La reina de las nieves”, “Las zapatillas rojas”, “El soldadito de plomo”, “El ruiseñor”, “El sastrecillo valiente” y “La sirenita”?

Pues ellas son obras del escritor danés Hans Christian Andersen, quien nació el 2 de abril de 1805 en Odense, Dinamarca, cuando la primavera comenzaba a embellecer los jardines y el aire tibiecito invitaba a soñar; quizás por ello Hans, decidió en algún momento de su difícil existencia dedicarse a escribir cuentos infantiles.

No creo que pensara en aquella época que 205 años después, gente de todo el planeta lo recordara con cariño. Gracias a sus más de 150 cuentos infantiles devino como uno de los grandes autores de la literatura mundial. Su obra abrió nuevas perspectivas tanto de estilo como de contenido, por su innovador empleo del lenguaje cotidiano y expresiones de los sentimientos e ideas que antiguamente se pensaba que estaban lejos de la comprensión de los niños.

Sus cuentos que son verdaderas obras maestras de la literatura universal, han sido traducidos a más de 80 idiomas y han sido adaptados a obras de teatro, ballet, películas y obras de escultura y pintura.

Todos quienes hayan viajado a Copenhague, conocen la pequeña estatua de la sirenita situada en Langelinie en la entrada al puerto de Copenhague que fuera realizada por Edvard Eriksen en honor al escritor Hans Christian Anderesen.

A propósito de la sirenita, el pasado 23 de marzo “abandonó” el puerto de Copenhague para viajar a Shanghai, donde será la estrella del pabellón danés durante seis meses. Es que la sirenita se ha convertido en un símbolo turístico para Copenhague, tal como la Torre Eiffel lo es para París o la Ópera diseñada por Jørn Utzon lo es para Sidney.


Reflexiones de semana “santa”

En los últimos años muchos de aquellos que han sido víctimas de sacerdotes inescrupulosos que se han amparado en su investidura para vejar, violar y humillar a muchos chicos, han dejado atrás el miedo para salir a contar su verdad y han puesto la alerta sobre estos personajes. A priori la mayor parte de la población ha salido a defender a los clérigos y recusar a las víctimas.

Cuando el señor Joseph Ratzinger, actual obispo de Roma y cabeza del catolicismo estuvo al frente del Ministerio Público del Tribunal de la fe, recibió miles de denuncias sobre pedofilia y otros abusos cometidos por miembros jerárquicos de su iglesia en todo el mundo y calló, no hubo un castigo ejemplar para esos sujetos indeseables. Sólo recordemos el caso de Marcial Maciel en México. Tan culpable es el autor de un delito, como aquel que lo encubre.

Sucede que durante muchos años esta iglesia tuvo poder político en todo el mundo occidental, y la palabra de un simple mortal no valía frente a la reputación de santurrones que por mucho tiempo a diario se echaban buenas pinceladas de aparente santidad.

Es cierto que errar es de humanos, también lo es que ha habido a través de la historia muchos sacerdotes que han dedicado su vida a las misiones y a trabajar en favor de los grupos menos favorecidos de la sociedad, pero ello no puede silenciar a las miles de víctimas que han sufrido silenciosamente la falta de control mental de cientos de abusadores abanderados de la moral.

Sería bueno que en esta semana que esas personas llaman a la reflexión a sus feligreses, comiencen ellos mismos a dar ejemplo, a ver si no sólo se acaba el celibato, sino la cadena de abusos imperdonables de quienes han cometido los delitos y de los superiores que no los han entregado a la justicia común aduciendo cualquier excusa.