Divorcio y catolicismo

Hay relaciones de pareja que se vuelven realmente destructivas y son capaces de llevar incluso hasta la locura a sus protagonistas.
Cualquier día nos encontramos con alguna interesante persona totalmente desconocida, la tratamos durante algún tiempo, nos enamoramos locamente, nos apasionamos supremamente por ese magnífico ser increíble, que ni siquiera, en el caso femenino, nos paramos un momento a reflexionar si pasado el tiempo nos seguirá encantando el horrible desorden de esa personita y algunas otras cosillas que hemos detectado pero que nos han parecido únicamente inquietos espejismos. Parece que el amor y la razón siguen maravillosas sendas paralelas.

Formar pareja es una de las mejores acciones que puede ejecutar el ser humano. Es algo encantador, muy agradable; la vida se llena de fascinantes y dulces sensaciones y bellísimas expectativas que nos mantienen flotando. Desafortunadamente para muchos el despertar es demasiado duro, pues finalmente se dan cuenta que se han enamorado de una persona extremadamente egoísta, acomplejada o con unos celos enfermizos capaces de poner mal hasta al más paciente de los seres humanos. O posiblemente el "flechazo" fue algo netamente físico y de pronto comprenden que nada tienen en común.

¿Qué hacer ante una pareja dañinamente posesiva, desventajosamente impositiva que únicamente busca su propia satisfacción; o sólo es feliz cuando se hace su voluntad?

Dejarla, supongo. Bueno, yo, totalmente imperfecta, nunca me he divorciado, vivo hace mil años con el mismo hombre, pero conozco muchísimos caso de parejas que amándose de veras han tenido que recurrir al divorcio cuando el entorno se ha tornado hostil y en nombre de su salud y buenos modales tomaron las de Villadiego.

Como el ser humano es el único animal que tropieza varias veces con la misma piedra, después de tres o cinco años se vuelve a enamorar y comienza nuevamente la historia, posiblemente con excelentes resultados con la experiencia adquirida. Mas el catolicismo ve mal que un divorciado contraiga nuevamente nupcias, al colmo de negarles el derecho de acercarse al altar a recibir la comunión como lo hacen todos los ferigreses. Sin embargo en nuestra existencia es mejor regirse por el raciocinio que conduce a mejorar nuestra calidad de vida que por las obsoletas normas religiosas impuestas o establecidas.

Uniendo todo eso con los asuntos que hablan los religiosos, resulta que, como peregrinos miembros de una iglesia "peregrina", después de un divorcio los creyentes se levantarán de nuevo, se preguntarán qué han hecho mal y lo intentarán de nuevo. Pues nadie quiere vivir solo. La mayoría de seres humanos anhelamos tener hijos, una familia, alguien con quien compartir nuestros sueños y nos gustaría creer que el matrimonio puede ser para toda la vida.

Teólogos y canonistas católicos bien acreditados están poniendo en tela de juicio la solidez doctrinal y la utilidad pastoral de negar los sacramentos a quienes de han vuelto a casar sin una anulación. Todo eso no es más que un nuevo maltrato, otra de las formas de exclusión de la que hace gala la iglesia católica de Roma.

1 comentarios:

Aletheia dijo...

FeLigreses, no "ferigreses"